La caída del rayo, hace ya 48 años

 
 

El 23 de julio de 1975 salimos a las 3 de la noche desde el campo base instalado en el fondo del valle de Bondo, en Italia. Llegamos a la base de la arista a las 8 de la mañana, donde la luz del sol nos empezó a calentar. Atacamos la arista Iñaki Arregui, Pere Bayona y yo. Una arista de granito de 1.000 metros de longitud.

Después de 7 horas de escalada, llegamos a la cumbre (3.308 m.) a las 3 de la tarde. Ya había alpinistas que nos habían precedido y que curiosamente emprendieron una huida veloz. Nosotros estábamos cansados y nos preguntamos ¿por qué corren? Escapaban de la tormenta que se avecinaba por poniente. En menos de 15 minutos empezó a granizar. Los rayos caían y estallaban con truenos terribles. Montamos un rapel desde la cumbre, bajaron Iñaki y Pere. Mientras esperaba cayeron dos rayos a mi lado, yo me agachaba y los calambres de los electrones hacían mucho daño justo en el culo. Me tocó bajar y, al recuperar un mosquetón en una reunión (1) agarré parte de la energía de un rayo que en ese momento caía en la cumbre. La impresionante descarga me pegó un calambre de la hostia y me tiró hacia atrás. El rayo me había entrado por la mano derecha y salido por todo mi cuerpo haciéndose notar por el gran calentamiento de los metales como el reloj y las placas de hierro que en aquella época se colocaban en las suelas de las botas de montaña. Sentí un calor extremo con un dolor que me quemaba las plantas de los pies. Era tan intenso que estalló en mi cabeza y desapareció. En el estallido surgió la luz blanca y me pregunté ¿estoy muerto?   El texto continua abajo

Creo que vemos la luz blanca cuando el cerebro ha perdido toda conexión con el cuerpo. En mi caso, el rayo me había fundido los plomos. En este punto hay gente que ve a Dios, que ve la película de toda su vida, que ve santos, que ve fantasmas…

Mi preocupación era si estaba vivo o no. Yo me preguntaba: ¿Si me estoy cayendo por la pared, 1000 metros de caída libre y no noto ningún dolor, será que estoy muerto? En aquellos instantes pensé en mi novia, en mi familia, en mi padre, en mi madre muerta hacía 4 años. De repente abrí los ojos y de entre los peñascos respiré un olor intenso a ozono. ¡Estoy vivo! y en el mismo lugar. Estaba tirado en la plataforma enganchado a la cuerda del rapel con medio cuerpo fuera de la pared. ¿Mi cuerpo? solo sé que lo tengo por lo que veo.

Me gritaron desde abajo Iñaki, Iñaki ¿Iñaki, como estas? casi no pude responder. Rápidamente subieron Iñaki y Pere. Al llegar,entre los dos me sentaron en el pequeño espacio horizontal de la reunión, me daban ánimos. Hubo un momento critico en el que si me dejo ir no vuelvo. Estuve a punto de desmayarme pero no perdí el conocimiento en ningún momento. Yo les decía: masaje… , masaje al corazón. Iñaki Arregui me animaba cantando.  Intenté con su ayuda ponerme de pie. Imposible. Me dolían muchísimo las plantas de los pies, no podía apoyarlos. Además tenía la muñeca derecha llena de rizos de piel tan finos como las finísimas lonchas de queso para desayunar. Me asusté. ¿Y si tengo la piel rota así por todo el cuerpo?

Mis compañeros decidieron llevarme al refugio, este que veis en la foto de arriba, una caseta como las de las obras con cuatro literas. Pero no sabíamos si el refugio existía ni dónde estaba exactamente. Había que encontrarlo. Pere fue en su búsqueda. Tardó solo 15 minutos en ir y venir, sorteando a la carrera los grandes bloques de granito que nos separaban.

Nos pusimos en marcha. Con una de las cuerdas hicieron un ‘cacolet’: unos aros donde a modo de mochila yo metí las piernas y Pere e Iñaki se fueron turnando mi peso. De los tres yo era el más pesado 75 kg. Con gran esfuerzo Iñaki y Pere lograron algo que parecía imposible llevarme cargado a sus espaldas hasta el refugio. Hubo momentos de angustia. Como cuando en la pared de una aguja de 10 metros, Iñaki no podía subir escalando conmigo y Pere tuvo que colgarse haciendo de contrapeso y me empujaba con su cabeza, o cuando Pere se hundió en la nieve hasta la cintura con todo mi cuerpo encima. No podía más. Estaban exhaustos. Yo les daba ánimos, por la cuenta que me traía. Al final, ya estaba oscureciendo, Iñaki entró en el refugio, tropezó y cayó en el interior conmigo encima. Sentí una alegría inmensa, ya estaba a salvo. Estábamos a salvo. Podíamos dormir a cubierto.

Gracias a Pere Bayona e Iñaki Arregui que después de 5 horas de aproximación y 7 horas de escalada por el Espígolo norte hasta la cumbre del Pizzo Badile, tuvieron que portear un herido invalido de 75 kilos desde la cumbre hasta el refugio por toda una arista de bloques, escalando agujas de granito y heladas aristas de nieve. Fue toda una hazaña. Un recorrido que podéis ver en las fotos: es toda la arista de la cumbre de derecha a izquierda. Un trayecto que normalmente se hace en 15 minutos, fueron 5 horas de lucha de estos dos grandes alpinistas a quienes debo la vida.

Gracias Pere y gracias Iñaki.

Luego Pere volvió a recoger las mochilas y el material y se encontró a un guía suizo y su cliente. El guía me dio una pastilla para el dolor y al bajar avisó al helicóptero que llegó al día siguiente. Gracias guía.

Quiero agradecer también las atenciones que recibí en el Hospital de Samedan por parte del equipo que me atendió y en especial al Doctor Hans Mayer que nos acogió en su casa.


Gracias a todos.

Iñaki Castillo


siguiente capitulo: EL RESCATE


1 Una reunión es el lugar donde los escaladores se paran

   y se asegura a los compañeros de cordada.


Las fotos son de la reseña

de la escalada de © Luca Bertoldo

en julio de 2004

© Iñaki CastilloHome.html